"Hubiera querido decirle más cosas, pero tenía la lengua y la boca inmóviles. Una lágrima rodó por su mejilla. ¡Le estaba causando tanto dolor a su madre! Y ella lo único que podía hacer eran grullas de papel y esperar un milagro...
Le daba vueltas, torpemente, al papel que tenía entre las manos. Sus dedos entumecidos ya no podían doblarlo.
-Ni siquiera puedo hacer una grulla -se dijo a sí misma-. Ciertamente me he convertido en una calamidad...
Lenta, muy lentamente, Sadako intentó, con todas sus fuerzas, doblar el papel antes de sumergirse en una total oscuridad.
Debieron de transcurrir tan solo unos minutos, o tal vez horas, antes de que el doctor Numata entrara en la habitación y tocara la frente de Sadako. Retiró con cuidado el papel de las manos de la niña, quien apenas pudo oír sus palabras:
-Sadako, es hora de descansar. Mañana podrás hacer más grullas.
Sadako asintió con la cabeza. ¡Mañana! ¡Mañana parecía tan lejos, tan distante...!"
("Sadako y las mil grullas de papel"; Eleanor Coerr)