"Estábamos de paso. La casa no era nuestra. No habíamos pagado por ella. Sin embargo, en el mejor de los sentidos, nos habíamos apropiado de ella incorporándola a nuestras vidas a fuerza de pintar sus paredes, de rellenar sus grietas, de compartir la comida bajo la parra. Una cosa era tener una escritura con tu nombre y un número de catastro y otra apropiarse del lugar. De lo primero se encarga el notario, con sus apresuradas rúbricas, sus palabras graves, su ensayada cortesía y sus aranceles estipulados por ley. De lo segundo se ocupa la vida"
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