"Tariq lo sabía. Sabía que Laila no podía desentenderse de sus obligaciones, como tampoco podía él, pero la conversación prosiguió, repitiendo las súplicas de él y el rechazo de ella, las propuestas y las excusas, y las lágrimas de ambos. Al final, Laila tuvo que obligarlo a marcharse...
...En la puerta, ella le hizo prometer que se iría sin despedirse y cerró. Apoyó la espalda contra la madera, temblando al notar que Tariq aporreaba la hoja, aferrándose el estómago con un brazo y tapándose la boca con la otra mano, mientras él le hablaba desde el otro lado y le prometía que regresaría, que volvería a buscarla. Laila se quedó allí hasta que Tariq se cansó y se rindió, y luego oyó sus pasos desiguales hasta que se perdieron en la distancia y todo quedó en silencio, salvo por los disparos que se oían en las colinas y su propio corazón que palpitaba con fuerza en su vientre, en sus ojos, en sus huesos".
("Mil soles espléndidos"; Khaled Hosseini)
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