"No lo he pensado mucho, pero creo que soy atea. Carlos lo era por convicción y yo creo que lo soy porque no me queda más remedio. Mis padres eran religiosos, muy conservadores, creo. A mis padres no les dio tiempo a educarme, pero en ocasiones he pensado que algunas cosas de las que hago, sobre todo en el sexo, no les habrían parecido bien. Yo fui a catequesis e hice la comunión. Los tres íbamos a misa todos los domingos. A misa de once para ser exactos, y luego a un bar donde mi padre tomaba cerveza y mi madre mosto. Yo me quedaba jugando en un parque que había justo entre la parroquia y el bar. Después nos íbamos a comer a casa de mi abuela, con ella y con mi tía. Recuerdo cómo iba vestida de domingo. Antes, a los niños, nos vestían de domingo. Mi uniforme era un vestido de florecitas azules, leotardos blancos, un abrigo gris de botones muy grandes y una diadema de terciopelo negro.
Una vez tuve unos zapatos de charol granate oscuro que me compró mi madre. Ese fue posiblemente el día más feliz de toda mi infancia. Yo tendría unos siete años y me los compró un martes. Contaba los días con ansiedad para que llegara el siguiente domingo y poder estrenarlos. Fui a misa con ellos y me la pasé mirando el maravilloso brillo de mis zapatos de charol granate. Después, como siempre, mis padres fueron al bar y yo al parque. Estuve allí todo el rato hasta que mis padres salieron del bar. Al levantarme, comprobé que las punteras de mis zapatos de charol estaban arañadas por la tierra y se veía el cuero negro que había debajo del charol. Ver aquellas punteras destrozadas me provocó una tristeza que recuerdo insuperable. Algunas veces me acuerdo todavía de mis zapatos rotos y creo que ahora mismo podría dibujar con absoluta precisión la forma de aquellas nubes negras que se instalaron en mis zapatos hasta que mi madre me los cambió por otros negros normales, "mucho más sufridos", según ella. Recordando el brillo de mis zapatos granates, creo que aquella mañana en el parque descubrí que las cosas que realmente quieres mucho duran demasiado poco. Y lo peor es que fui yo quien los destrocé sin darme cuenta".
("Para Ana (de tu muerto)"; Nuria Roca y Juan del Val)
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