"(...) Durante todo el día, uno detrás de otro, fuimos pasando todos por delante de la cámara, repitiendo el mismo gesto y la misma actitud rígida y artificiosamente espontánea: la pluma en una mano, apuntando hacia el cuaderno sin mirarlo, la otra en la bola del mundo (con los dedos sobre España) y los ojos clavados en aquel cristal oscuro desde el que él nos miraba, la cabeza escondida bajo el sombrero y la mano derecha sujetando el final del cable.
Nunca lo volví a ver. El fotógrafo se fue igual que había venido cuando acabó su trabajo, dejándonos tan sólo de recuerdo una sonrisa y, al cabo de algunos días, en que llegaron a la escuela por correo, nuestras propias fotografías coloreadas. A las pocas semanas, ya nadie hablaba de él ni se acordaba siquiera de su paso. Pero, durante mucho tiempo, yo no logré olvidarlo. Durante mucho tiempo, yo esperé su vuelta en vano, vigilando cada poco la ventana con la esperanza de ver aparecer su viejo coche dando tumbos por el fondo de la plaza.
Quizá por eso lo recuerdo todavía, tantos años después y tantas fotografías en la distancia, y, aunque en la suya no encuentre más que mi propio fantasma, su recuerdo sigue impreso en mi memoria como si fuera una foto coloreada".
("Escenas del cine mudo", Julio Llamazares)
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