"Nos alojamos en la modestísima casa de huéspedes. Un jergón, una mosquitera vieja, ventanas rotas y una toalla áspera. La hermana preparó la cena. Pescado, tomate y arroz. Un banquete para invitados. Después, salimos a la azotea. Allí las vi por primera vez. Desde entonces, amo África; no por lo que hay en ella, sino por lo que hay encima de ella. Nunca se puede uno cansar de ver tantas estrellas. Es el infinito perfecto aunque se un infinito falso. No existe el infinito. No para nuestro humano cerebro de Homo sapiens sapiens. Incluso bajo el más inmenso cielo, los miserables reptiles evolucionados que somos solo podemos apreciar una pequeña parte de su pureza"
("Un millón de piedras", Miquel Silvestre)