"-¡Mira, mira!, ya viene" -le dije mientras lo sostenía en brazos.
Y noté como su pequeño cuerpo temblaba aferrándose lentamente al mío.
Se acercó a él y, tras un "¿has sido bueno?" le dio un beso y le dejó lo regalos en el suelo. Se marchó con un suave tintineo.
Y él seguía con sus manos enredadas en mi cuerpo, con la mirada atrapada en el momento, con la sensación de que todo lo que había visto era, indudablemente, cierto.
Ahí me di cuenta de que la ilusión es la felicidad disfrazada de viento, así me di cuenta de que, en realidad, los niños son los únicos que pueden detener el tiempo".
("Cuentos para entender el mundo", Eloy Moreno)